El momento del nacimiento no sucede de forma repentina: el cuerpo comienza a prepararse semanas antes para transitar este proceso de manera progresiva y segura. A partir de la semana 37 de embarazo, suele iniciar una etapa conocida como preparto. Durante esta fase, se presentan contracciones irregulares, suaves y no sostenidas en el tiempo. Estas primeras señales pueden pasar desapercibidas para algunas mujeres, mientras que para otras son un recordatorio constante de que el gran día se acerca.
Estas contracciones preparatorias, también llamadas de Braxton Hicks, cumplen una función esencial: ayudan al útero a ejercitarse y a que el cuello uterino comience a ablandarse. Con el paso de los días, las contracciones se vuelven más frecuentes, intensas y regulares, hasta presentarse cada cinco minutos. En este punto, cuando la dilatación alcanza aproximadamente los 5 centímetros, se considera que ha comenzado el trabajo de parto activo.
Durante esta fase, el cuerpo trabaja de forma coordinada. El cuello del útero continúa dilatándose hasta alcanzar los 10 centímetros, medida necesaria para permitir que el bebé descienda por el canal de parto. Las contracciones se hacen más intensas y efectivas, acompañadas por los pujos de la madre, que ayudan a guiar al bebé a través de la pelvis. Finalmente, con cada esfuerzo y contracción, se produce el nacimiento, un momento que combina fuerza física, instinto y emoción.
Pero el trabajo de parto no termina aquí. Después de recibir a tu bebé, el cuerpo inicia la última etapa: la expulsión de la placenta. Este órgano, que ha cumplido la vital función de nutrir y oxigenar a tu hijo durante todo el embarazo, se desprende y es expulsado por la vagina, completando así el proceso fisiológico del parto.
Conclusión:
Cada etapa, desde las primeras contracciones hasta la salida de la placenta, forma parte de un mecanismo natural diseñado para cuidar tanto de la madre como del bebé. Conocerlo en detalle permite vivir el nacimiento con más confianza, calma y conexión con tu propio cuerpo.